En la tormenta y lejos de casa

Entremos en escena: 
Tarde de invierno, tormentosa, de esas que te hacen arrepentirte de todo pecado, acompañada de una densa lluvia continua y un frío gélido que escarcha hasta lo más profundo de nuestro ser.
Y como no puede ser de otra manera, en espera de ese colectivo que nunca llega cuando más lo queremos. ¿Que feo no?, pero 
¿Quién no paso por eso alguna vez?
Estamos de acuerdo que en ese momento lo único que queremos es estar en casita, calentitos, tomando algo que nos devuelva el calor perdido por algún lado. En resumen, sentirnos protegidos.
¿Cuantas veces en lo espiritual hemos pasado por lo mismo?, fríos y tormentas que nos hacen tambalear y preguntarnos si realmente Dios está con nosotros.

Pensamos si seguir esperando o tomarnos el primer “bondi” que se aparezca, total, mientras nos saque de esa situación estamos contentos.

Pues bien, creo que la respuesta ya la sabemos… “NO todos los caminos conducen a Roma” (tampoco todos los colectivos); no todo nos conviene a la hora de decidir como avanzar, y es ahí cuando entramos en la eterna indecisión de que hacer.
A veces en necesario pasar por situaciones altamente desafiantes que en el momento no vemos, pero a futuro nos traerá un nuevo nivel espiritual y una nueva relación con Dios.  
Debemos tener en claro que siempre está presente, esperando que demos nuestro paso de fe, ese paso que dará un giro inesperado en nuestras vidas.
Él nos ve capaces de hacerlo, solo tenemos que creerlo, tomar las promesas y afirmarse en ellas para que a la hora de la tormenta, tengamos el paraguas reforzado y recordemos que el único chofer habilitado para el Reino es Cristo, el único que puede llevarnos a casa sacándonos de la tormenta pasajera.

Carelia Gajardo